Hoy he sido sorprendido por un curioso episodio. Paseando por la playa en una templada mañana tras largos días de bajas temperaturas y mucho viento, vuelve la calma a Aguadulce y la gente se anima a compartir actividades de ocio y familiares en el aire libre, en contacto con la rica brisa del mar.
Habiendo iniciado la rutinaria pateada, mi atención se ha dirigido hacia una hermosa pareja interactuando con su pequeño hijo (posiblemente no superando el año y medio). Sitúo espacialmente: padre y madre de la criatura permanecían uno junto al otro, mientras el pequeño, estaba sólo frente a ellos a unos quince metros de distancia, los padres animando a que el pequeño fuese con ellos contemplaban las reacciones emocionales de su hijo.
Mi reacción tras observar todo esto lógicamente se centra de forma automática en el pequeño, que permanecía con su cuerpecito inmóvil, paralizado, con expresión facial de angustia, la mirada fija en sus padres y mostrando lloros y quejas. Lo más curioso es el pequeño modificaba su comportamiento cada vez que alguien pasaba por su lado, adoptando una postura más flexible, cortando los lloros y quejas y cambiando su mirada hacia quién se le aproximaba, seguidamente volvía al estado inicial de desesperación. Luego, una señora que también estaba disfrutando de un paseo se acerca al niño, le consuela, anima y ayuda a que de sus primeros pasos desde “su posición actual” a su “posición ideal” = HACIA SUS FIGURAS PATERNAS, que cariñosamente estaban observando el proceso. Tras sus primeros pasos con la ayuda de esta persona, el pequeño ha comenzado a correr vigorosamente hasta un entrañable encuentro con su madre, fundiéndose en un entrañable abrazo.
Cuánta vida y cuánto aprendizaje en situaciones tan cotidianas!!! De todo este episodio podría destacar una infinidad de aspectos o reflexiones, pero en lo que me quiero centrar es en el papel primordial de las emociones en nuestra vida.
¿Qué son las emociones? Considero que un término que es tan utilizado en nuestro léxico coloquial, sea tan desconocido en estos barrios del “Occidente del siglo XXI”. Y esto es así porque hasta hace pocos años, hemos aprendido a que lo importante está en nuestra razón, no teniendo que centrarnos en la base emocional (véase Platón, Descartes,…). Pues bien, ahora nos encontramos con un nuevo paradigma que desde hace miles de años se ha tenido presente en Oriente, es decir “LA EDUCACIÓN EMOCIONAL”.
Ya desde los tres meses de desarrollo embrionario los músculos y nervios implicados en la expresión de las emociones innatas se encuentran perfectamente desarrollados y aptos para su ejecución, para ponerlos en juego y así poder adaptarnos al entorno con una clara misión de supervivencia social. Y es que las emociones primarias son aquellas respuestas psicofisiológicas innatas que nos sirven para adaptarnos a las necesidades del entorno. Sin emociones no podemos ni vivir ni decidir. Experimentamos emociones cuando sentimos que algo importante nos está sucediendo o está a punto de suceder, nuestro cuerpo y mente se preparan para adaptarse a esta situación de la mejor manera posible.
El miedo por ejemplo, tonifica nuestros músculos y enfoca nuestra mente solo hacia la fuente del peligro o hacía las futuras vías de escape, ignorando todo lo demás. La alegría ante algo nos condiciona a repetir ese hecho favorable en el futuro, y la repugnancia nos impide comer alimentos en putrefacción por más que estemos famélicos, evitando así con ello una enfermedad.
¿Qué ha ocurrido entonces con nuestro pequeño protagonista? Al encontrarse separado de sus figuras de apego ha desencadenado una serie de reacciones innatas, reacciones que por otro lado resultan ser el estímulo que provoca en otras personas la necesidad de ir en ayuda de quién se encuentra angustiado, mostrando así una respuesta empática y de ayuda.
Somos por tanto seres emocionales y las emociones son y han sido vitales para la supervivencia de nuestra especie.
Las emociones nos dominan, el legado que hemos heredado determina nuestras reacciones ante situaciones concretas (emociones innatas), sin embargo a lo largo de nuestra vida también aprendemos a emocionarnos ante determinados estímulos, y estos quedan grabados en nuestro cerebro. Es la memoria emocional, un resorte que se activará en situaciones concretas.
Con cada estímulo que desencadena una emoción se crean nuevas conexiones entre un grupo de células y nuestro cerebro, es una especie de asamblea celular que retiene el aprendizaje emocional. El conjunto de estas asambleas celulares crea una base de datos que contiene todo lo que nos emociona y aunque es fácil añadir datos, borrarlo es muy complicado, por eso nos es tan difícil controlar nuestras emociones.
Las personas creamos redes emocionales sobre las cuales nos movemos, uno trabaja y hace pactos con quien es fraternalmente cercano o hacia quien tiene una simpatía profunda y entonces funciona más fácilmente. La red social no tiene que ver con la obtención de medios de producción o situaciones socialmente más favorables, las redes sociales se crean sobre nuestras emociones (Josep María Fericgla).
¿Para qué nos puede servir todo este conocimiento sobre nuestras emociones? ¿Nos puede ayudar esto?
Paul Ekman, Psicólogo de la Universidad de San Francisco (más de 40 años investigando sobre las emociones), distingue las tres capacidades principales que nos aporta el conocimiento sobre las emociones.
La primera capacidad es “Ser capaz de elegir el ser o no emotivo“: dice el Dalai Lama que “no se puede elegir de dónde nace el impulso de la emoción”, esto es automático, pero lo que se puede desarrollar es la capacidad de darse cuenta de que el impulso nace antes de que se actúa, es decir, hay un espacio entre impulso y acció Es decir, hay un espacio entre impulso y acción. En casi todos nosotros este impulso es muy pequeño, pero se puede ir ampliando para adquirir esta capacidad, aunque sea en ocasiones para decir “no quiero ser responderte con enfado a tu enfado” o, “voy a hacer esto (…), y no me va a superar la sensación de miedo”. De esta forma, se actúa en contra de la naturaleza, ya que ésta no quiere que haya interpretaciones en ese punto, es un duro trabajo en el que las herramientas del mindfulness, coaching, programación neurolingüística o terapia transpersonal pueden ser de mucha ayuda. No olvidemos que si nos comprometemos en aquello que queremos, podemos lograrlo!!!
La segunda capacidad sería: “Cuando se está emotivo, pero se puede elegir cómo va a ser el comportamiento en este estado”: si nos enfadamos con alguien, ¿cómo vamos a expresar esta emoción de forma que maximice para esa persona y para mí? El impulso natural es seguir a la “persona con la que estamos enfadados” y eso hace que se destruya todo y que las cosas vayan a peor. Lo que hay que intentar hacer es dirigir el enfado hacia la acción que ha herido, no hacia la persona como actor principal.
La tercera capacidad es “Aprender a ser más sensibles a las emociones de otros”. Con el trabajo y la práctica de la empatía honramos nuestra condición social, nos colocamos en su posición (nos calzamos sus zapatos) y este acto natural de generosidad puede ayudar en multitud de situaciones a dar el paso hacia un nuevo estado emocional y de acción.
Visto esto, y volviendo a la primera parte de esta entrada, me gustaría destacar la figura de esa persona que empatiza con el estado de nuestro pequeño amiguito, acercándose, comunicándose y aproximándolo hacia su meta. La emoción del niño puesta en acción ha tenido su respuesta en otra persona, y este nuevo actor se implica en ponerse en la piel del pequeño y le acompaña y anima para que de sus primeros pasos y con su recursos siga sólo hacia su nuevo destino. Muchas gracias por este ejemplo, estoy seguro de que has generado una potente conexión emocional para el futuro.
Gracias, muchas gracias
Gracias por este articulo tan nutrido.
Muy interesante Juanfra.